El amor es una construcción cognitiva de lo que sentimos físicamente y de lo que sucede en nuestro cerebro. Y sucede que en nuestro cerebro existen una serie de neurotransmisores que comunican las células nerviosas entre sí y entran en juego cuando encontramos a alguien que encaja en nuestro patrón. Nos enamoramos y liberamos neurotransmisores que son como anfetaminas naturales, lo que nos hace sentirnos muy excitados.
Es la oxitocina, la hormona del amor, la que nos produce esa euforia. Después esa euforia se va extinguiendo y cede el paso a una nueva etapa de lazos afectivos de amor.
En una encuesta que realizó el psicólogo Bolinches para su libro “El arte de enamorar” se preguntó a mil mujeres sobre lo que consideraban más atractivo del sexo masculino y resultó que el valor más apreciado fue la inteligencia.
Pero no todo es química en el amor. La experiencia individual deja una huella en la estructura del cerebro, de manera que resulta imposible deslindar. Estamos conectados a todos los niveles porque somos biopsicosociales (genética, mente y sociedad).
Una persona enamorada parece que tiene alas en los pies y parece que baila en lugar de caminar.
Para saber amar hay que saber aprender emocional y sentimental: diferenciar lo sano de lo que es tóxico en pareja y que existan más beneficios que sacrificios sino ya estás desgastándote.